16 de mayo de 2012

Prepárese... no es imprescindible, y lo sabe

La cuestión no es qué debemos hacer para dejar de ser prescindibles, sino cómo podemos afrontar el hecho de que ninguno de nosotros somos realmente insustituibles. Debemos vivir y trabajar con ello.
Nadie es imprescindible. Quédese con ello y no trate de cambiarlo, porque sólo conseguirá amargarse la vida. Y si investiga mucho sobre este particular llegará a una conclusión aún más frustrante, si es su caso: los hay que son aún menos imprescindibles que otros.

Quizá debería dejar de preocuparse por buscar soluciones al hecho de que usted es prescindible –en los tiempos que corren, más que nunca– y tendría que ocuparse en la manera de afrontarlo. Esto se soluciona, básicamente, reinventándose y añadiendo valor. Pero sin creerse insustituible.

Ovidio Peñalver, director general de Isavia, explica que “aún asumiendo esta condición, es necesario añadir valor: el optimismo es uno de estos méritos, porque todo el mundo quiere estar con optimistas inteligentes. También lo son el compañerismo y la entrega; la proactividad –dar ideas y ser creativos–; o hacer crítica constructiva”.

Creerse demasiado imprescindible es poco inteligente si se quiere hacer carrera.

Está claro que siempre habrá alguien que pueda llevar a cabo la tarea que usted realiza, sobre todo si ésta no es muy cualificada. Si es un alto mando y detecta que no pasa nada en su organización después de una ausencia prolongada, tendrá que reconocer sin aspavientos que, o esa tarea suya tan precisa no resulta tan necesaria, o usted no es tan insustituible como parece, o como cree. Peñalver recuerda que “existe una tendencia creciente en muchas compañías a que nadie pueda ser promocionado sin que se haya buscado a la persona preparada para sustituirlo. Esto va en contra de los miedos a que alguien pueda hacerle sombra”.

El experto explica asimismo que avances como Internet han hecho que seamos mucho más prescindibles: “Resulta casi imposible ocultar nada, y siempre habrá alguien que es (y puede demostrarlo al mundo) más creativo, que está más preparado, que sabe más idiomas...”.

En general, debe evitar ser de esa clase de profesionales que no permiten o no aceptan que todo funcione sin ellos durante una temporada; ni de los que temen tanto a no ser necesarios que ni se toman vacaciones o se pasan sus días de descanso llamando al trabajo para ver si todo va bien. Seguro que todo va bien.

Jorge Cagigas, socio de Epicteles, introduce un elemento de relatividad: “Debemos analizar para quién es imprescindible uno mismo. Si nos vamos a un ejemplo actual, Pep Guardiola ha considerado que no era ya imprescindible para la organización (el Barça), pero Pedro –uno de sus delanteros– declaraba recientemente que su entrenador era imprescindible en su carrera”.

Lo fácil y cómodo es dejar las cosas en manos del supuesto imprescindible, pero el riesgo es elevado. Al igual que se analizan otros peligros en las organizaciones, éste debería gestionarse también

Los costes de una fantasía

En términos de desarrollo profesional Plácido Fajardo, socio de Leaders Trust International, asegura que “hacerse el imprescindible es, cuando menos, poco inteligente si se quiere progresar en la carrera”. Parece claro que el pretendido imprescindible queda atado a lo que hace y lastrado para moverse hacia otras oportunidades. Como consecuencia, sus posibilidades de evolución se reducen, y puede terminar estancado y siendo más vulnerable.

Fajardo cree que “actuar como si se fuese imprescindible es un mal extendido. A veces se debe a la creencia de que los demás nunca van a hacer las cosas igual de bien.

Una desmedida autoestima favorece esta fantasía, que suele dejar en ridículo a quien la experimenta a las primeras de cambio. Ante los primeros tics demostrativos de conductas así, la empresa debería tomar medidas evitando consolidar situaciones que dependan de una sola persona. Lo fácil y cómodo es dejar las cosas en manos del supuesto imprescindible, pero el riesgo es elevado. Al igual que se analizan otros peligros en las organizaciones, éste debería gestionarse también. Además, el coste que supone tolerar a quienes juegan a hacerse el imprescindible es elevado, al incidir muy negativamente en el trabajo en equipo”.

Cagigas detecta que hoy muchas organizaciones “tienden a transformar a las personas clave en puestos clave. Esto supone que, en la medida en que puedo sustituir a los profesionales que ocupan esos puestos se está dando menos valor a la aportación del individuo”.

Para muchas compañías resulta fundamental que el conocimiento no esté en manos de un individuo y buscan que toda la información y la experiencia estén en la organización pero no le pertenezcan a la persona

Transición organizativa

En realidad, hemos pasado de una idea en la que apenas tenía importancia lo que aportaba cada cual a un concepto basado en “lo que yo hago no sabe hacerlo nadie más”. Cagigas afirma que nos encontramos en una transición organizativa en la que determinadas funciones –que son imprescindibles para que funcione la organización– se separan de la persona: “Para muchas compañías resulta fundamental que el conocimiento no esté en manos de un individuo y buscan que toda la información y la experiencia estén en la organización pero no le pertenezcan a la persona. Se huye así de definir puestos clave al elaborar un mapa de talento organizativo, ya que definir personas clave supone reconocer que hay gente imprescindible y pone a la persona en una posición dominante frente a la empresa”.

En este sentido, Fajardo se refiere a la estrategia defensiva mediante la que un empleado se aferra a sus conocimientos y los guarda como escudo protector, intentando que nadie más acceda a la información que le convierte en poderoso: “Por ejemplo, ante la amenaza de perder el empleo, hay quien atesora la información que maneja pensando que ello le confiere una ventaja respecto a otros, siguiendo un puro instinto de supervivencia, basado en ‘no se atreverán a prescindir de mí, sabiendo lo que sé’”.

El ancla de la marca personal

La marca personal sólida puede ser un antídoto para quienes vivan obsesionados con la posibilidad de ser sustituidos. Guillem Recolons, socio de Soymimarca, explica que “cuanto más fuerte es tu marca personal, más vínculos generas con tus supervisores y con tus iguales. Con una marca sólida estás mejor anclado”. Esto es independiente de tu presencia y actividad en las redes sociales. No está de más convertirse en un referente en estas, sin competir con la propia empresa. Pero más bien estamos hablando del ‘personal branding’ en el que entra la solidez profesional, el ‘networking’ y muchos otros atributos y valores.

Jorge Cagigas, socio de Epicteles, también opina que una marca personal sólida refuerza a uno como imprescindible, aunque también puede suceder que la organización, en este caso, crea que el insustituible le puede generar problemas: aún hay empresas que recelan del ‘personal branding’ potente y prefieren prescindir de ese tipo de profesionales para que la marca propia del individuo no crezca a costa de la organización.

Recolons se refiere a la importancia de trabajar para la marca y no para un proyecto determinado: “Si has sido imprescincible sólo para una cosa y al cabo de un tiempo todo puede seguir funcionando sin tí, serás sustituible. El exceso de especialización puede hacerte prescindible a medio plazo. La marca personal consiste en ser alguien capaz de salir de su nicho estricto en la empresa. Una visión general del negocio nos hace menos prescindibles”.

Fuente: http://www.solorrhh.com/

5 de mayo de 2012

¿Te quejas para desahogarte o es tu estilo de vida?

Creo que es en Annie Hall donde Woody Allen contaba esta historia: Hay un viejo chiste sobre dos ancianas que están en un hotel. Una dice: -“¡Qué mala es la comida!”, y la otra contesta: -“Si, y las raciones son tan pequeñas”.

Supongo que la verosimilitud de la cita se podrá cotejar en internet. Hay que tener cuidado con lo que se escribe en la Red porque antes se descubre a un inexacto que a un ignorante :-) En muchas ocasiones las quejas no significan mucho, salvo que la vida no es perfecta, y no influyen prácticamente en nuestro comportamiento, en el día a día.

Así, casi todas las mañanas, cuando tengo que madrugar para ir al trabajo, suelo rezongar lastimosamente sobre mi incómodo destino de laboriosa hormiga pero, sin embargo, tras la ducha, y una vez montado en el tren de mis hábitos diarios, el lamento queda atrás, arrinconado y sin efecto. El problema no es la queja en sí, que no deja de ser un mera reacción verbal o emocional producto de un mal momento. Si me corto afeitándome, me duele y me quejo; si me abandonan como a un perro chico, ladraré y aullaré, y me pondré a patear en busca de un nuevo hogar…o no.

Pero, ¿y si resulta que cuando me quejo alguien me presta atención, me escucha, me echa cuentas, como dicen en Sevilla? Entonces la queja dejaría de ser una consecuencia natural para pasar a tener una función social.

“La diferencia entre las ratas y los seres humanos es que la mayoría de estos últimos seguirán en un túnel en el que no hay queso” . Quién se ha llevado mi queso, 1998. Spencer Johnson

El problema no son las quejas en sí, sino lo que hago (y hacen) con ellas. Quejarse, a uno mismo y/o a los demás, se ha puesto de moda, se ha convertido en una forma de comunicación en sí misma, en una forma muy frecuente de relacionarse con los demás. La queja es un pozo sin fondo como tema de conversación. Los que se quejan demandan atención y piden que se les den razones o se les de la razón (suelen ser sinónimos), y los que escuchan las lamentaciones se prestan inconscientemente al juego. También los profesionales de la orientación profesional, el coaching, la educación e incluso el management, que actúan sobre el pesimismo verbal intentando hacer ‘entrar en razón’ a sus clientes y animándolos: “la vida no es tan mala”, “te lo estás tomando a la tremenda”, “vamos, mañana será otro día!”…

¿Cómo debemos actuar antes aquéllos cuyo estilo de vida es la queja? Es más, ¿cómo deberían comportarse ellos mismos para no perder su energía y hacerla perder a los que les rodean?

Sólo se me ocurren dos vías antagónicas: intentar racionalizar continuamente para encontrarle sentido a nuestros problemas o aceptar que la vida puede ser dura a veces y seguir con el plan marcado, dando el próximo paso previsto.

En esta sociedad de la felicidad, nos dicen y nos decimos que tenemos que sentirnos bien y tener ‘inteligencia emocional’ para así estar en condiciones de trabajar y vivir mejor. Pero ya hace más de un siglo que el creador de la psicología funcional, William James, acuñó el principio más efectivo para alcanzar el bienestar y para reducir las quejas y la insatisfacción que generan las propias obsesiones:
“El pájaro no canta porque es feliz sino que es feliz porque canta.”

Cada vez veo a más personas insatisfechas que analizan y vuelven a analizar sus problemas, y los convierten en objeto de conversación y rumiación social. Cada vez más personas esperan que la felicidad ‘llegue a sus vidas’ y acabe con la imperfección y la mediocridad de su día a día. Hace tiempo que dejaron de cantar esperando las ganas de cantar.

Quejarse no es especialmente negativo si no lo usas como excusa para abandonar la ruta o para dejarse ir al pairo. Y el verdadero problema se genera cuando la queja se ha convertido en tu estilo de vida y de relación. Los demás ya esperan esa actitud por tu parte y tú te sientes cómodo en el papel de experto en qué no hacer y qué no funciona.

¿Cómo evitar el yugo del negativismo?
Haz planes, da pasos pequeños, mantente activo y no abras la boca salvo para hacer propuestas.

¿Un lema? “Te sientas como te sientas, pienses lo que pienses, haz lo que debes, lo que tienes previsto.” También buscando trabajo o mejorando la vida profesional.

Fuente: http://yoriento.com/2011/11/coaching-personal-%c2%bfte-quejas-para-desahogarte-o-es-tu-estilo-de-vida-729.html/?utm_source=feedburner&utm_medium=feed&utm_campaign=Feed%3A+Yoriento+%28Yoriento%29